jueves, 16 de octubre de 2014

El escritor del whisky escocés



Mario Cárdenas*










El cantinero observaba a los clientes de su taberna mientras limpiaba algunos de los vasos sucios que otros dejaban en la barra. Cuando terminó con esta labor pudo descansar mientras ningún otro cliente llegaba a la barra para pedir otro trago u otra ronda de cervezas, vodka o lo que fuese. Lo especial de esa noche era que su compañero de turno no había llegado, por lo que tenía que atender a todos los clientes él solo, pero lo que extrañaba de su compañero eran las conversaciones durante sus ratos libres. Lo único que lo consolaba aquella noche era que el alcohol no era infinito, y que tarde o temprano algún cliente se acercaría a la barra, quizás un poco ebrio y le entablaría conversación. Podría descansar escuchando a alguien un poco ebrio mientras nadie le llevara más vasos sucios. Su deseo no tardó en cumplirse: un hombre con camisa blanca y pantalones y chaqueta beige entró por la puerta de la taberna. Era alto, esbelto, de pelo castaño no muy corto, y algo de barba. Al hombre le llamó la atención la decoración interior del bar: verde musgo por casi todos lados junto con mesas y barras de madera café claro. Ningún sillón y una barra bastante extensa, que esa noche (y solo esa noche) atendía un solo cantinero.

Terminada la exploración visual del lugar, el hombre caminó directo a la barra, pese a que aún no sabía que trago pedir, habiendo tantos que podía beber. Le gustaba el whisky escocés, pero la cerveza era más barata, aunque tampoco había bebido vodka desde hace mucho.

-¿Qué le sirvo?- Pregunto el cantinero.

-Un whisky- Respondió el hombre.

-¿Escocés, americano o uno cualquiera?

-Escocés, por favor.

El cantinero tomó un vaso para whisky y buscó cualquier whisky escocés que hubiera en la vitrina donde guardaba las botellas de licor.

-¿Hielo?- Preguntó el cantinero.

-Unos 2 o 3.- Respondió el hombre.

El cantinero abrió un refrigerador y sacó un par de hielos que echó directamente al vaso, justo antes de comenzar a echar el whisky.

-Salud.- Le dijo el cantinero al hombre.

El hombre levantó el vaso en replica al cantinero y procedió a beber un sorbo de licor.

-Veo que sabe beber un buen whisky.- Dijo el cantinero.

-Hace mucho que no bebo un buen escocés, quiero disfrutarlo.- Replicó el hombre.

-¿Y a qué se debe la ocasión especial?

-Verá…- Dijo el hombre mientras se acomodaba en su asiento - Soy escritor, y hoy han decidido publicar mi tercer libro, así que este vaso de escocés es mi celebración.

-¿E hizo algo similar cuando le publicaron los 2 primeros?

El hombre bebió otro vaso de whisky.

-No, pero una mujer me reconoció cuando iba saliendo de la editorial. Era bastante bonita y me dio su número para verla otro día. Así que este vaso de whisky es la guinda de la torta de lo que fue este día.

El cantinero dejó de pensar en aquel hombre como un cliente cualquiera. Comenzó a pensar en que nunca antes había conocido a un escritor en sus 5 años como cantinero: abundaban los empresarios, oficinistas, políticos, solteros y más de algún hombre que había sido echado de casa y compraba la cerveza más barata con tal de poder pasar la noche en el bar. No podía dejar de preguntarse si era un escritor famoso, o si alguna vez leyó algo escrito por el hombre que tenía al frente suyo, al otro lado de la barra. Pero sí estaba seguro que ahora no lo vería como un simple hombre, lo vería como “El escritor que bebió en mi bar”.



*Estudiante Ped. en Inglés


No hay comentarios:

Publicar un comentario