miércoles, 26 de noviembre de 2014

Elijamos vivir sano






David Torruella* 


Carretilladas o sacos de “males” es lo que cargamos y arrastramos muchas veces los seres humanos, como si no fuésemos hombres. Eso nos produce mucha fatiga y dolor. La causa de este cúmulo específico y horrendo de camionadas de males, radica ciertamente en las porciones exageradas de nuestra ingesta cotidiana, claro está: ingesta de azúcares, grasas, sales, licores y otras tantas especies de las cuales nos sentimos casi siempre tentados por tragar y digerir sin control. Diría que muchas de ellas no son otra cosa que inyecciones de veneno. Para nuestra bendita imagen autoflagelada por las debilidades de nuestros múltiples requerimientos físicos, nuestros deseos sin control por comer hasta la insensatez, muchos de ellos de-seos desenfrenados e inicuos del cuerpo humano. Me pregunto algunas veces ¿cuántos animalitos nos habremos comido, durante tan corto transcurso de tiempo? Seguramente pensaremos que el mundo se acabará pronto y tendremos que ingerirlo todo, somos como unos depredadores de las cosas: comemos con mucha pimienta, salsa, incluso con ají cacho de cabra, o bien parece que bebiéramos excesivas porciones de frituras, con muchos aceites poco depurados, postres exagerados y bebidas azucaradas, todo groseramente en abundancia. Me digo irónicamente: “me atreveré a pedir stevia o sacarina”, para apaciguar mi conciencia, aunque de cierto os digo que parece que algunos días no la tengo, ciertamente por cuanto el cuerpo no parece resistir tanta ingesta diaria. Y como bien lo proclamó la poetisa Mistral: llegará el momento, que “este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía, por donde van los hombres contentos de vivir”.

Los antiguos griegos seguidores de Platón decían: el cuerpo y el alma viven sin duda una lucha incontrolable, los deleites exagerados de la carne van despojando paulatinamente a esa noble dama de su trono por las actitudes hambrientas del cuerpo humano, cuerpo que se entrega y se descontrola fácilmente ante las pasiones desenfrenadas del vientre. Y todo por un trozo de animalito muerto o por un pastelito azucarado. Por cierto algunos griegos tenían razón, por cuanto aún los romanos,
para evitar despojar anticipadamente el alma del cuerpo, construían un vomitorio para alivianar sus vientres y seguir comiéndoselo todo. Así mantendrían siempre el equilibrio entre la materia humana y el espíritu humano.

Con qué facilidad caemos muchas veces. No resistimos ser virtuosos, demostrando ser en demasía vulnerables a los desenfrenos de nuestro cuerpo. Es grande el asombro cuando veo comer a algunos como si no fueran humanos, comiendo y moviendo las mandíbulas en los lugares más indecibles. Es una verdadera imagen del animal darwiniano, devorando camionadas de especies destrozadas y acarreando a nuestro cuerpo todo lo que más no pudiéramos, comemos desvergonzadamente,
actuando muchas veces sin temores y con irresponsabilidad ilimitadas. Definitivamente algunos no sabemos comer, nos atrevemos incluso, como justificándonos: “Parece que algo me pasa, ¿me habrán hecho algún mal”?

Claro está estamos todos ciegos, pues lo anterior es solamente para que reaccionemos
ante ésta pálida idea de lo que quiero expresar. Niego muchas veces como el principal de los ignorantes que el cuerpo y el alma son una unión perfecta, como lo proclamaba el antiguo Aristóteles, que rezaba a viva voz: “el cuerpo y el alma, son una unión intensa, íntima, sustancial, que forman una misma esencia, que fuera de esa unión no hay realmente hombre”, hay en dicha unión una realidad física, compuesta de materia y forma, una unión per se, exigida por lo que el hombre esencialmente es. Si recordara a diario que el lema de las antiguas culturas clásicas era “cuerpo sano mente sana”, cuida tu cuerpo y tu alma, cuida esa bendita unión entre la materia y el espíritu. Parece que escucho gritar al filósofo griego: “el alma y el cuerpo son principios que con-forman una sola sustancia, el alma no es una esencia independiente de tu cuerpo”, de modo que por actitudes irresponsables, esa separación supone un auténtico “trauma antológico”, un cambio sustancial que dejará de ser sustancia hombre ante la eventual y precipitada separación entre estos dos elementos que se requieren a diario, que se necesitan para forma la verdadera humanidad, fusión perfecta entre mi cuerpo y mi alma.

Dirán contrariamente algunos, como lo dijo equivocadamente Platón, que el cuerpo y el alma se aborrecen, que el cuerpo es una caverna, una prisión, una cueva oscura para el alma. Mi carne engordada algún día libera al alma de esa materia hinchada. La materia no dejará cabida a esa noble dama, de gran estirpe, delicada y sutil, prisionera por cadenas de grasas, sarros, sales, azúcares y todo tipo de aberraciones y excesos inhumanos. Seguramente con tanto obstáculo que he puesto a mi alma ésta no se fundirá nunca en mi cuerpo, ni se deslizará con la facilidad que ella lo requiere, por cuanto el cuerpo humano, la materia, terminará venciéndola, hasta que decida aquella involuntariamente volver al mundo inmaterial antes del tiempo demarcado, obligándola sin voluntad a volver al mundo de las ideas, despojada de su otra parte, el llamado cuerpo humano.

Como lo decían los antiguos filósofos; “ignoran muchos; que la unión perfecta; es la unión del cuerpo con el alma”. Si supiéramos la importancia de cuidar el cuerpo, más aun nosotros los cristianos, porque si no fuera así, el verbo no se abría encarnado en materia humana. Muchos quisieran correr y no pueden, quisieran pensar mejor y no pueden, quisieran estar bien y no pueden, el culpable de todo es el banquete irresponsable y a diario de la ingesta desenfrenada. Este es un llamado interpretando, claro está, la voz de los antiguos y sabios griegos la unión y fusión del cuerpo con el alma es un llamado a la “Educación para la Salud”. Jamás debemos ignorar que un saco de aflicciones y de dolores amontonados se disipan cuando elegimos vivir sano. Ayunemos entonces como decían los milenarios hebreos y aprendamos a comer, para estar más preclaros, empecemos entonces a despojarnos un poco de las camionadas de grasa acumulada en nuestro cuerpo engordado, pues ya algunos no caminamos como antes, cargamos males acumulados. Espero escuchar al espíritu, que siempre me dice al corazón, elige comer sana, para que tengas vida saludable. Así podrás sustentarte y gozar de una largo vida, hábitos y estilos de vida saludables es lo que hace falta en los seres humanos. Benditos los que promueven una alimentación saludable, que fomentan el desarrollo de la actividad física, que apoyan la vida deportiva y las actividades al aire libre. Si hoy apareciese el mesías de nuestra cultura cristiana diría para aquellos también lo mismo, y las bienaventuranzas las proclamaría con palabra simples y sencillas, su voz tierna y agradable nos diría “ELIGE VIVIR SANO”, por cuanto hábitos y estilos de vida saludables son la conducta y las acciones que nos llevan a prevenir, disminuir, revertir los factores y conductas de riesgo aso-ciados a las enfermedades del cuerpo. Por tanto proclamaré a viva voz: “ELIJAMOS VIVIR SANO”.



* Profesor de Estado en Historia y Geografía
Magíster en Ciencias de la Educación. Mención en Adm. y Gestión Educacional.
Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Abogado

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