martes, 13 de enero de 2015

Nuestra última lucha (I)


Mario Cárdenas*

10 años después de “El Invierno de las Máquinas”

Las ultimas hojas terminan de quemarse, en aquel fuego que sé que jamás querré ver apagarse. Me aterra la idea de no ver todas las hojas quemarse, verlas reducidas a mero calor.

Aún recuerdo cuando uno de mis profesores me dijo: “La historia realmente no existe, solo existe la ficción histórica: nunca podremos decir realmente lo que sucedió”. Aquella frase era de Hermann Hesse, en “El juego de los abalorios”, libro que aún no he conseguido terminar de leer en medio de todo esto, pero que siempre tengo a mano. He podido rescatar muchos libros, la mayoría de ellos escritos originalmente hace más de 50 años, pero no soy capaz de guardar todo aquello que he escrito en los últimos 10. Ya no soy el mismo de antes: no soporto el leer mi propia obra sin pensar que no he logrado plasmar lo que he visto y vivido.

Alguien más se sienta frente a mí, contemplando la fogata que nos calienta en medio del campo. Las ciudades se levantan y existen cuales fantasmas. Nos recuerdan nuestra mortalidad, y al hacerlo, nos hace querer vivir lo mejor posible para que los que nos sucedan, sepan cómo deben vivir, evitando cometer los mismos errores, pudiendo vivir en medio de la muerte que los rodea.

Personalmente me deprime el que hayamos traído más gente a este mundo, especialmente cuando nuestros padres dieron todo para que tuviéramos un futuro, incluso si muchos no alcanzamos a vivirlo, y tuvimos que improvisar en el presente que nos tocó vivir.

-¿Todos los demás están durmiendo?- Pregunto a mi acompañante.

-Sí. De todas formas, nadie vendrá. Hace mucho que ya nadie viene por este sector.- Me responde.

Hay días en los que me gustaría llevar a los niños a las ciudades, para explicarles un poco de nuestro origen: contarles que antes éramos millones viviendo en ciudades, y no un grupo de menos de 20 deambulando por el campo y el desierto en busca de comida, fuego y recursos. No extraño el pasado por ser mejor, si no por ser más simple: solo teníamos que movernos en el mismo espacio de la
ciudad para satisfacer nuestras necesidades. Con un poco de suerte tenías una vida fácil y una muerte fácil, pero a nosotros nos tocó algo muy distinto. Tuvimos que aprender a luchar desde jóvenes. Creíamos que si todos éramos similares, no habría guerras, luchas ni conspiraciones. Nos equivocamos: las guerras fueron peores, no podíamos depender de nadie sin tener miedo de que nos atacaran por la espalda. En ese sentido, quizás estemos mejor ahora, moviéndonos en pequeñas bandas, matando animales cuando es necesario, recolectando vegetales y frutas en donde pasamos.

-¿Crees que somos lo último que queda de la humanidad?- Pregunta mi amigo.

-No, pero dudo que lo que quede quiera repoblar el mundo. No podemos asegurar nada para nuestros hijos, y probablemente, ellos crearan una sociedad igual nuevamente. Todo esto será cíclico, y otra vez alguien tendrá que viajar por el mundo, como ahora lo hacemos nosotros.

 Mi amigo se lamenta. Por dentro siente la esperanza que yo perdí hace mucho, pero que intenté mantener por muchos años.

Nos siguen nuestros hijos, mi hermana, la novia de mi amigo y otros hombres y mujeres que conocíamos. Todos éramos militares, por lo que siempre viajamos con armas y municiones. Yo mismo le enseñé a mi hijo a usar un arma, pero lo hice con dolor. Lo último que quería era ver a mi hijo en esa situación, pero no puedo permitirme el dejarlo indefenso en el mundo en el que vivimos.

-¿Seguiremos moviéndonos?- Pregunta mi amigo.

-Sí. Rodearemos Santiago. Conozco unas plantaciones de maíz cerca del norte de la ciudad. Nos tomara unas 3 horas llegar si vamos en los autos.- Respondo.

Mi amigo me mira con duda: sabemos que usar los autos es peligroso, pero no nos que-da alternativa.

La parte más oscura de la noche se imponía como telón de fondo del ruido de los dos ex-soldados moviéndose por entremedio de las plantas que se han tomado las calles lentamente, recuperando lo que el hombre les quitó en su arrogancia. Entrar a la ciudad era un riesgo necesario, ya que la comida del grupo se estaba acabando. Además, no era la primera vez que ambos amigos lo hacían, pero sí la primera vez que lo hacían con rifles silenciados en lugar de pistolas silenciadas.

Uno de los dos hizo un gesto de detenerse a su amigo. Una serie de ruidos mecánicos comenzaron a escucharse desde a distancia. Un escalofrío comenzó a recorrer la espalda de uno de los amigos mientras comenzaban a tirarse al suelo. La sensación de peligro los recorre llenándolos de miedo. Una vez en el suelo, una luz que oscilaba entre azul y verde empezó a dar color a los pastizales y a la maleza que crecía sin control. Tras varios momentos, las luces y los ruidos desaparecieron, permitiendo que los amigos continuaran su viaje. Tras un largo rato caminando, lograron llegar a su destino: el Costanera Center. A ambos les parecía extraño como el edificio más alto de Latinoamérica se alzaba casi como un símbolo de decadencia en la actualidad, recordando a los humanos restantes sobre su antigua existencia de un modo casi fantasmal.

La única entrada que no había sido sellada estaba por el centro comercial, por donde entraron los dos hombres. Una vez dentro, vieron por primera vez en mucho tiempo el interior del edificio: escombros por todos lados, oxido, madera quemada por quienes estuvieron antes en este edificio.

En lugar de detenerse a contemplar todo, los dos hombres siguieron avanzando hacia su destino, los pisos subterráneos, donde los esperaban los líderes de otros grupos, quienes contemplaban un mapa, iluminado por la luz de las velas.

-Bienvenidos.- Dijo uno de los hombres.

Ambos respondieron al saludo con un breve gesto. Seis hombres eran los que esperaban a los recién llegados a la reunión, que se sostenía al final de cada ciclo lunar. La última manera de medir los días que les quedaba a los hombres.

-Tenemos un grave problema.- Dijo uno de ellos mientras abría su mochila.

Los otros siete hombres dejaron sus cosas en el suelo para no pensar en el peso de sus cosas mientras escuchaban a quien les hablaba.


*Estudiante Ped. en Inglés

No hay comentarios:

Publicar un comentario